
Un recorrido por las cinceladas armónicas de Gustavo Vélez
Nos adentramos en el imaginario escultórico de Gustavo Vélez a través de su obra “Formas y Ritmos en la Dimensión Geométrica”.

Gustavo Vélez, uno de los escultores colombianos con más renombre dentro de la escena escultórica monumental contemporánea, tuvo la fortuna de descubrir su vocación a muy temprana edad en su Fredonia natal. Eso es algo que a muchos artistas les toma muchísimo tiempo de exploración.
Descubrir que la escultura era su camino fue algo que surgió desde la curiosidad infantil por conocer el origen de lo que le rodeaba y la capacidad de desarmar el espacio circundante para volverlo a armar en su imaginación. A los ocho años le prendió la chispa. Creaba objetos tridimensionales en el taller de su padre y desbarataba máquinas y secadoras para armarlas de otra manera.

También, gracias a muchos años de esfuerzo, constancia e ilusión, y al apoyo incondicional de sus padres, tuvo la oportunidad de viajar, formarse y empaparse de las bases del arte en Italia, la cuna del Renacimiento. Fue allí donde selló su pacto de amor por la escultura.
A lo largo de su trayectoria, Gustavo ha traspasado fronteras con su obra, ganándose el aplauso de la crítica y el fervor de la gente. Ha desarrollado gran parte de su trabajo en los laboratorios y fundiciones de Pietrasanta, Italia, donde vive. Sin embargo, sus creaciones, en su mayoría monumentales, viajan de ferias en Europa a galerías en Asia y Medio Oriente y a subastas en Estados Unidos. Este año, instaló una escultura de cuatro metros de altura en la sede de Apple en San Diego, California. En el Ritz Carlton de Nanjing, en China, encontramos la obra de Vélez.
En los últimos cinco años, Sotheby’s y Phillips han incluido sus esculturas en las subastas de arte latinoamericano en Nueva York. Afortunadamente para los dominicanos, en ese peregrinaje de arte, Gustavo Vélez hace una parada en nuestra isla para compartirnos sus Formas y Ritmos en la Dimensión Geométrica, una serie compuesta por 40 esculturas talladas en mármol, acero inoxidable y bronce, que se han expuesto en emblemáticas locaciones, como la Plaza de España, el Reloj de Sol, el Parque Colón, Altos de Chavón y el Museo de Arte Moderno. Fue precisamente en este museo donde, atraídos por su historia inspiradora y por la estética hermosa de su obra, abordamos al artista.

¿Qué es lo que buscas en esa transformación de lo figurativo de tus inicios a esta propia manifestación del estilo abstracto?
Ser atrevido con el material y transformarlo de manera que se vea casi flotando. Dentro de mi obra actual hay mucho movimiento. Ese movimiento armónico viene de la figura, de la grandeza de la naturaleza y de esa geometría que es la que marca la diferencia. En esa exploración de la figura yo empiezo a abstraerse para encontrar la sombra dentro de la geometría rígida. Intervengo en las cavidades y en las partes cóncavas y convexas para crear movimiento y dar vida a la escultura. La idea es que se lea que la obra está en constante movimiento, en armonía con el espacio.
¿Cuál es el mayor reto?
El reto es conseguir que la dureza y pesadez de los materiales adquieran un toque de fragilidad y transparencia donde la escultura se vuelve ligera y la geometría flota en el espacio como una provocación al infinito, como la energía cósmica. Humanizarla.
Trabajas con mármol, bronce y acero. ¿Es el material el que condiciona la obra o la obra elige la técnica?
Todo parte de un dibujo, pero realmente es muy intuitivo el proceso de elección… algunas de mis piezas me han funcionado en dos materiales. En esta exposición, en la que predomina el cubo, a partir de un diseño lo aproximo a lo máximo que pretendo hacer. Después paso a los bocetos en yeso y aclaro mentalmente cómo va a ser la obra. Cada material tiene una identidad, pero el encuentro con el mármol (el que más pasión me hace sentir) es muy bonito porque no me permite equivocaciones. Es un reto encontrarme con la pieza y hacer que cobre vida. La frialdad de la piedra se transforma en una escultura que me calienta el alma.
“La frialdad de la piedra se transforma en una escultura que me calienta el alma”.
Gustavo Vélez
¿Disciplina o pasión? ¿Cuál iría primero para triunfar en este oficio?
Es una mezcla de ambas. Si hay pasión, la disciplina fluye. Una de las cosas que más me aburre es cuando estoy en proceso de montaje, porque significa que ya me separé de la pieza en sí. Tener un día claro de trabajo es importante porque de ahí parto con las piezas que mantengo, por lo general llevo varias a la par. Hay algunas piezas que debo dejarlas para que vayan hablando. A todas les llega su hora.
¿Cuál es el sello Vélez, ese denominador común en tu obra?
La armonía en la forma. Esa búsqueda que uno mantiene en la escultura, sin armonía no funciona. Si no hay armonía no hay una conversación, y por eso es fundamental en cada pieza. Hay obras que en algún momento no funcionan porque no hay una lectura. Es importante que esa lectura sea para todo tipo de público.

¿Cómo cierras el 2022 y qué proyectos están en camino?
Tendré algunas piezas en Art Basel, Miami. Participaré en una muestra de obras monumentales en el norte de Suiza, en Bad Ragaz. Alternadamente, tendré piezas por dos años en zonas expositivas de los aeropuertos de Pisa, Toscana y Florencia. Para Florencia también tengo una exposición de obras de espacio público.
¿Qué ha significado Fernando Botero para ti y cómo ha inspirado tu carrera?
Ha sido un gran ejemplo de vida y un referente muy grande. Vengo de su misma ciudad, lo admiro y aprecio. Botero ha sido un ejemplo de disciplina, constancia, inspiración y de compromiso con el arte. Le ha dejado a mi país y al mundo un gran legado, tanto en los museos como en los espacios públicos. Creo que es un personaje inspirador para cualquiera. Con orgullo comparto que en Pietrasanta, la meca de la escultura a nivel mundial, somos los dos únicos artistas escultores colombianos que hemos expuesto. Ha sido un honor tener ese referente por tantos años.
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